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OBRA LITERARIA


LISTADO GENERAL
  • Siete para la eternidad, novela, Tucumán, Dirección Provincial de Difusión Cultural, 1967;
  • Lugar del viento, poesía, Tucumán, 1968; 
  • Caranday de las muertes, novela, Rodolfo Alonso Editor, Buenos Aires, 1972; 
  • Los días imposibles, novela, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1972; 
  • El oficio de militante, novela, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1974; 
  • Viejo camino del maíz, novela, México, Editorial Diana, 1979. Hay una segunda impresión de ese mismo año. En 2013 aparece una nueva versión de la misma en la Editorial Catálogos, Buenos Aires; 
  • Sol que regresa, novela, México, Premia Editora, 1981; Buenos Aires, Ediciòn Ciccus, 2019 
  • Portal del paraíso, novela, Buenos Aires, Editorial Losada, 1984; 
  • Territorio final, novela, Buenos Aires, Torres Agüero Editor, 1987; y Editorial Catálogos, 2014; 
  • Karaí, el héroe. Mitopopeya de un zafio que fue en busca de la Tierra Sin Mal, Buenos Aires, Ediciones del Sol, 1988; 
  • Sacrificio, novela, Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 1991; 
  • La gran noche, novela, Buenos Aires, Ed. Letra Buena, 1993; 
  • Tierra incógnita, novela, Buenos Aires, Ediciones del Sol, 1994; Quito, Libros Egüez, 2012. 
  • El ropaje de la gloria, cuentos, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1997. En 2001 salió una edición de bolsillo; 
  • Literatura Popular Bonaerense, Vol. I, Literatura Breve, Buenos Aires, Catálogos, 2003: 
  • Literatura Popular Bonaerense, Vol. II, Cuentos y Leyendas. Literatura Mapuche.  Buenos Aires, por la Editorial Catálogos, 2004; 
  • La estirpe de Kedoc, novela, Córdoba, Alción Editora, 2004; 
  • Las montañas azules, novela; Córdoba, Editorial Alción, 2006; 
  • El desierto permanece, novela, Buenos Aires, Ediciones del Sol, 2006; La Habana, Arte y Literatura, 2011. 
  • La respiración de la tierra. Antología personal, Buenos Aires, Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, 2008; 
  • El exilio de Scherezade, novela, Córdoba, Editorial Alción, 2009; 
  • El callejón del silencio, Buenos Aires, Editorial Catálogos, 2011. 
  • La vida no basta, Buenos Aires, Editorial Catálogos, 2011. 
  • La eternidad, novela, Buenos Aires, Editorial Catálogos, 2016.
  • La marea de la sombra, novela, Moglia Editor, Corrientes, 2019.

Obra literaria para niños y jóvenes

  • Relatos del mundo indígena: antología, México, SEP/Diana, l982. Son 30 cuentos que seleccionó y adaptó; 
  • Relatos indígenas, México, Fernández Editores, l983; 
  • El zorro que cayó en la luna, cuento, Buenos Aires, Ediciones Colihue, l986. Va ya por la 5ª reimpresión; 
  • El zorro que se metió a cura, cuento, Buenos Aires, Ediciones Colihue, l992. Va ya por la 4ª reimpresión; 
  • Un carancho muy devoto, cuentos, Buenos Aires, Ediciones Colihue, l997.
Antologías preparadas
  • Los hombres y el río, antología de cuentos que preparó con Susana Szwarc, Buenos Aires, Desde la Gente, l992; 
  • Cuentos verdes. El hombre y la naturaleza, antología de cuentos preparada con Susana Szwarc, Buenos Aires, Desde la Gente, 1993; 
  • Cuentos ecológicos. Hilos secretos de la naturaleza, antología de cuentos preparada con Susana Szwarc, Buenos Aires, Desde la Gente/UNESCO, 1996; 
  • Literatura Popular Bonaerense, Vol. I. Literatura Breve, Buenos Aires, Catálogos, 2003;
  • Literatura Popular Bonaerense, Vol. II. Cuentos y Leyendas. Literatura Testimonial. Literatura Mapuche, Buenos Aires, Catálogos, 2004; 
  • Cuentos de las tierras altas, Buenos Aires, Desde la Gente, 2004.




CICLO DE TUCUMÁN: Territorio final / Portal del paraíso / Sacrificio / El ropaje de la gloria / Las montañas azules // CICLO DEL MITO: Viejo camino del maíz / Sol que regresa /   Karaí, el héroe / La estirpe de Kedoc / / CICLO DE LOS MUNDOS LEJANOS: La gran noche / Tierra incógnita / El desierto permanece/ La eternidad / CICLO LO REAL Y LO IMAGINARIO: El exilio de Scherezade / El callejón del silencio / La vida no basta / 



CICLO DE TUCUMÁN

TERRITORIO FINAL




Texto de contratapa
El territorio al que se refiere esta novela de Colombres es un espacio, Tucumán, pero también puede ser un tiempo: el de las primeras décadas de este siglo, con proyecciones al siglo anterior, del que nos llegan, en el viento suave de la memoria, los ecos de algunas glorias militares e inofensivos espectros. Es, sí, el producto de una nostalgia, una minuciosa y poética descripción de un mundo que se apaga, que huye como el día, lenta pero inexorablemente. Sin embargo, no todo es moriencia, reflujo, oscilación final. Hay también cantares y floraciones, y fuegos que estallan como signos del nuevo tiempo, acelerando la decadencia del antiguo. Novela mosaico en la que se enfrentan las distintas clases sociales, y en la que confluyen todas las vertientes culturales de ese provincia. Los personajes están tratados con dignidad: palpamos su vida real y las razones que los llevan a hundirse en un drama a la postre pasajero, porque las sombras del paraíso mitigan pronto las heridas, cubren todo vacío con su hojarasca, y por otra parte la historia no se detiene a llorar a sus muertos. El nivel de su lenguaje y el poder de síntesis que refleja nos permite leerla como una sinfonía de seis movimientos, en la que las secuencias de gran agilidad narrativa sólo apuntan a destacar, por contraste, la escritura morosa que marca el tono predominante, ávida de objetos y matices, como si no quisiera dejar nada sin nombrar en esa despedida.
Juicios críticos
En su última novela Adolfo Colombres vuelve a uno de los temas iniciales de su Portal del paraíso: Tucumán. Y el resultado es una obra bella e intensa, donde poesía y mito no desfiguran la realidad, sino que la exaltan. (...) El aire de Tucumán parece desprenderse de este libro, con su olor a flores y a ingenio, con sonido de lluvia y de cascos de caballos, con el sabor áspero del polvo entre los labios y el crepitar del incendio de la malhoja. Hay algo muy entrañable en todo esto, un compromiso con la tierra que arranca de zonas más profundas y oscuras que la luz de la inteligencia.
María Eugenia Valentié, en La Gaceta (Tucumán, 6/3/l988)


PORTAL DEL PARAISO


Texto de contratapa
Voy a hablarles de un gran mito, de ese sueño tan trillado por los “Cristos inferiores de las oscuras esperanzas”. El hombre pudo comer también del Árbol de la Vida, pero fue expulsado antes del Paraíso como un intruso, y restituido así al orden de la necesidad. Leí esto en los libros, pero, cuando las banderas me pesaron como una fe vaciada partí en busca de las grandes puertas y llamé con obstinación. Claro que nadie acudió a abrirlas, pues se sabe que todo es mentira en esa tierra del hambre y el deseo. Valió la pena, sin embargo. Climas perdidos en costas de azafrán, enjoyadas por cangrejos resplandecientes. Mar de atunes y corvinas, amotinando vientos de mariscos podridos: reflujos de una eternidad dego­llada. Después la naturaleza se ausentó y vi un espacio puramente hu­mano, sacerdotes desplumados que recitaban sus plegarias en los ande­nes. Y hubo también un tiempo rescatado, la explosión luminosa de las más remotas tinieblas, en la que algunos encontrarían su propia eternidad, como el abuelo Damián el desorejado, en su ceremonioso duelo con el abigeo. Pronto huyó (o regresó) la claridad, y de eso quedó sólo un tumulto de espectros. Entró entonces la muerte con sus timbales, y me hubiera rendido a la sentencia de que no hay otros mundos dentro de este mundo si no me aferrase aún a mis pobres fetiches ensangrentados, confiando en la turbia marea de los años, que cada tanto me devuelve chillidos de guaca­mayos entre las hirientes trepidaciones de las ideologías.
Juicios críticos
Un poema sobre el paraíso perdido y recuperado a través de las palabras.
Severo Sarduy, en un informe a Editions Gallimard, de noviembre de l980.
Vale la pena destacar la calidad poética de la prosa de Colombres cuando el protagonista de la novela evoca, en primera persona, su experiencia de recuperar el paraíso por vía del erotismo, experiencia que se confunde con el éxtasis y la aniquilación.
Juan José Hernández, en la revista Claves, Nº 6 (Buenos Aires, julio de l984)
Portal del paraíso, última novela de Adolfo Colombres, se inscribe en un diseño estructural de peculiar atractivo. Ello se debe, es posible, a la capacidad que posee el texto de generar unidades de significación en extremo variadas y expansivas. 
                  Francisco Juliá, "Portal del paraíso de Adolfo Colombres: un diseño para descifrar", en Argentina en su literatura, Tucumán, octubre de l986
El autor habla de un viaje por el mito, pero en su densa novela...se cuentan varios viajes: por la pasión, el deseo, el amor; por América, por las almas. Pero se cuenta fundamentalmente un viaje por el relato tratado con variedad y unidad a la vez, desde la palabra elaborada.
       Oscar Hermes Villordo, en la revista Humor, Nº l29 (Buenos Aires, junio de l984)
Manifiesta Adolfo Colombres dominio del lenguaje y de las técnicas...La elección exacta del término, la capacidad real para las imágenes, van encadenadas a una trama interesante, a un ritmo -siempre acorde con el mensaje- que puede tornarse envolvente, demoníaco. La permanente musicalidad, el acierto en la presentación de los diferentes escenarios, el clima sonoro y pictórico, la capacidad de hacer intuir al lector situaciones futuras solamente con el manejo magistral de la lengua, hablan a las claras de un autor de valía.
Graciela Ferrero, en El Litoral de Santa Fe (l5/9/84)
A partir de esta urgencia, Colombres utiliza una variada gama de recursos que sumerge al lector en páginas densas, abrumadoras y subyugantes al mismo tiempo, tal vez porque ése es el camino que eligió Esteban, el protagonista principal de esta novela, para hacernos compartir el sentido último de la tragedia.
C.A., en "Cultura y Nación" (Clarín, 2l/2/l985)



SACRIFICIO




Texto de contratapa
Un viaje a Teotihuacan, la ciudad de los dioses, y el juego sacri­ficial, a la vez estético y erótico, de una sensual videoasta en torno al sentido de la muerte de los antiguos mexicanos, sirve para que Diego, un argentino expatriado, pueda descender en el pozo oscuro de su memoria, en una morosa exploración del proceso que lo dejó fuera del mundo, y también de los mecanismos que empujaron a seres que amó hacia un holocausto real, en los difíciles años que nos tocaron vivir. La obstinada defensa de los principios como genuina actitud humana frente a la sensatez incontestable del mi­metismo y la avidez con que consume la historia los mitos cuidado­samente elaborados en la soledad son dos dimensiones que se con­jugan en esta intensa novela de Colombres, que admite así varios niveles de lectura: desde la puramente anecdótica hasta la antropo­lógica y etológica. Visión en profundidad que se sostiene en la poesía del lenguaje y no en retórica alguna. El autor prosigue en esta obra el inventario minucioso que realizara en Territorio final y Portal del paraíso, las otras dos novelas del ciclo de Tucumán, que aquí concluye. Si en verdad todo hombre hereda sólo un pedazo de este mundo (como piensa Diego al partir hacia el exilio), se podría decir que Colombres heredó esencialmente éste, por la forma brillante con que rescata viejas atmósferas de su tierra natal. Lo confirman el Premio Ricardo Rojas de Narrativa, que le otorgó en 1996 la entonces Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, y el Regional de Novela concedido por la Secretaría de Cultura de la Nación (2003).
Juicios críticos
Adolfo Colombres logra una novela apasionante, porque intercala datos antropológicos íntimamente vinculados, aunque no lo sepamos de manera consciente, con nuestra rutinaria cotidianeidad. (...) Colombres es un erudito, como todos sabemos. Afortunadamente en Sacrificio la erudición cede ante la narración, variada y multicolor, atrapante desde la primera hasta la última línea. (...) Profundidad y entretenimiento no se excluyen, cuando finalizado el entretenimiento nos sentimos urgidos a releer ciertas páginas y a conservar el volumen entre los muchos que consideramos indispensables.
                           Eduardo Gudiño Kieffer, en La Nación (Buenos Aires, 24/5/l992)
Novela escrita en distintos tiempos (donde el presente se mezcla con el pasado y se proyecta a un inevitable futuro), en distintos espacios (México, Argentina) y dominada por distintas parábolas y bestiarios (monos, ratas, basiliscos, mimetismo zoológico) que desde lo biológico ilustran ese deseo desmedido de dominación con las inevitables consagraciones y holocaustos, con la clásica unión del erotismo y lo tanático, del éxtasis y la aniquilación en una dialéctica de la sed de muerte, este nuevo libro de Colombres podría resumirse en una sola palabra: poesía. Poesía nacida de la coexistencia del mito con la mal llamada realidad y que podríamos definir mejor como cotidianeidad...y de un clima envolvente y trágico logrado no sólo a través de un lenguaje rico, musical, a veces además próximo a las imágenes pictóricas, sino también por la estructura interna de la obra, con las permanentes alusiones a lo legendario y a las raíces animales del comportamiento. (...) El estilo de Colombres se caracteriza por la morosidad en la contemplación, la minuciosidad de las enumeraciones (erudición zoo y fitogeográfica) y la apelación constante al universo mítico americano.
                             Liliana Díaz Mindurry, en La Prensa (Buenos Aires, 3/l/l993)
Por debajo de las acciones y pasiones de los personajes, fluye en esta novela una profunda reflexión sobre la condición humana. (...) Sacrificio da que pensar, pero no se trata de una obra de tesis donde los personajes discuten pensadamente sus principios. No tiene en ningún momento la dureza del tratado sino que es una excelente obra literaria que continuamente nos conduce al fondo de nosotros mismos, desde donde afloran esas ideas y sentimientos que acompañan desde siempre a la condición humana. Su propio equilibrio estético le impide caer en el patetismo. Así como su trasfondo metafísico no impide de ningún modo la presencia del humor.
                            María Eugenia Valentié, en La Gaceta (Tucumán, 5/4/l992)
Sacrificio me conmovió, me envolvió, me aceleró la taquicardia. El libro es delicado y tenso, lentísimo y ágil, y escrito con placer por la palabra, lo que es raro. La infancia, la muerte del abuelo, el recorrido por la iglesia de San Agustín Acolman, la omnipresencia del sexo y de la muerte y la parábola general del sacrificio (y sus víctimas) convergen en un libro extraño, hecho con la grandeza de la experiencia personal y el talento del artista, además de las heridas y rencores.
                                         Tabajara Rua, Florianópolis (Brasil), l0/8/l994



EL ROPAJE DE LA GLORIA



Texto de contratapa
La narración de El ropaje de la gloria, que da título a este conjunto, revela un episodio igno­rado de la historia argentina: la relación sen­timental de Manuel Belgrano con María de los Dolores Helguero, de la que nació una hija, Manuela, a quien el prócer reconoció en su testamento. Este amor infortunado signa los últimos años de la vida de Belgrano, años de padecimientos y de olvido. A través de una preciosa labor con las palabras, Adolfo Colum­bres logra darle vida a uno de los personajes clave de nuestro pasado, que a menudo ha sido relegado detrás de una imagen pueril y estatuaria. Este valioso rescate de la personalidad olvidada de Belgrano pone en tela de jui­cio las inveteradas convenciones acerca del honor y el pa­triotismo, y proyecta una severa mirada sobre la gloria como un triste equívoco. Los siete relatos de este libro se despliegan a lo largo de ciento ochenta años de historia tucumana, desde la gesta de Belgrano y el triste final de su vida hasta el levanta­miento de los trenes acaecido en años recientes. Conden­san en sus tramas, desde una óptica muy particular, el amor y la épica de casi dos siglos de historia. El ropaje de la gloria es un libro admirable al que los lectores volverán una y otra vez por su poder narrativo, su prosa cuidada y sugerente y, sobre todo, por su enfo­que tan original como logrado.
Juicios críticos
Es notable la intensa presencia de la naturaleza en estos relatos, como en toda la narrativa del autor: ella acompaña siempre los sentimientos y las vicisitudes de los personajes (...) De allí que la lectura de estos libros produzca el extraño efecto de intensificar y alertar nuestros propios sentidos. Leyéndolos, podemos oír de nuevo los coyuyos de la siesta, aspirar el olor de la tierra mojada, sentir aromas y sabores olvidados, contemplar de nuevo el estallido de los lapachos en flor, estremecernos gozosamente con las terribles tormentas del verano. Otro rasgo que quisiera destacar es la presencia real de las figuras femeninas. No hay estereotipos. Son mujeres independientes, fuertes y sensibles a la vez, capaces de dar su vida por una causa como Pola y Ana, enamoradas y fervientes lectoras como Camila y Gabriela, corriendo hacia el arte y la muerte como Bárbara y Lea. Y todas con su singularidad (...) Cuando terminé de leer el libro quedé con ganas de leerlo de nuevo.
                            María Eugenia Valentié, en La Gaceta (Tucumán, 7/9/l997)
"Desde el cuento inicial con la figura, ya en sus días finales, de un humanísimo Manuel Belgrano, pasando por un capitán decimonónico que se debate entre la pasión y la melancolía, hasta la guerrillera que regresa a su provincia natal luego del exilio, podría decirse que la belleza formal, el lenguaje logrado y la construcción impecable logran crear una atmósfera única en cada uno de estos relatos. Sin duda El ropaje de la gloria no pasará desapercibido en el inmenso y confuso mar de las modas en el que la novela histórica muchas veces se aleja de lo literario para rozar el periodismo, o, tan sólo, para responder a una demanda del mercado. Se trata de una obra de cuidadoso acabado, intensa, de mesurado lirismo, que confirma una vez más que es posible trabajar el lenguaje desde una perspectiva original sin dejarse arrastrar por los modelos en boga.
                             Irma Verolin, en Punto Crítico (Posadas, 2l/9/l997)
No se trata -como lo propone la contratapa- de develar una 'historia ignorada' en lo sentimental: el romance de Belgrano con Dolores Helguero, del cual nació su hija Manuela Mónica. La verdadera 'historia ignorada' es tal vez la del sufrimiento, el abandono y la miseria que signaron los últimos días del creador de la bandera y que él vivió con despojado estoicismo. Tanto en éste como en los otros seis relatos, Colombres (premiado autor de otras once obras narrativas) exhibe, con sólido oficio, capacidad para articular poéticamente los sentimientos humanos y la memoria de sus mitos.
            María Rosa Lojo, en la revista First (Buenos Aires, octubre de l997)


LAS MONTAÑAS AZULES


Texto de la contratapa
La triste historia de amor de dos jóvenes que llegan al pueblo de Belén durante la última Dictadura Militar nos va revelando otras dos historias más antiguas: la de Crisóstomo Quijano, un recopilador de cantares, y la de Amadeo Funes, un naturalista consagrado a la ciencia. La imagen del voluminoso cuerpo de Quijano trepando los cerros en un burro  detrás de las huellas del Siglo de Oro nos concilia con la naturaleza humana. Aunque no se siente en absoluto dotado para la literatura ni la música, se entrega a esa tarea como quien entra en la casa de lo sagrado. El azul profundo de la montaña se convertirá para él en una metáfora del centro del mundo, el lugar en el que todo puede ser recuperado. También para Amadeo Funes esas montañas azules llegan a ser una metáfora, pero no de lo sagrado, sino de la multitud de especies desconocidas que era preciso catalogar, renunciando para ello a la felicidad y los honores. Además de un canto a la ética, en su máximo filo, esta novela es una celebración del lenguaje cristalino de los valles, de esas palabras que se despliegan como una expresión de amor a lo que existe y de homenaje a lo que dejó de ser. Aunque sin propósito alguno de caer en la biografía ni ceñirse a las limitaciones de la historia, se advierte en estos personajes las sombras de Juan Alfonso Carrizo y Miguel Lillo. A propósito de este libro, dijo el escritor boliviano Adolfo Cáceres Romero: “Las montañas azules es como un regalo para quienes seguimos las huellas de tus palabras, por la poesía que en ella palpita. Esta obra es todo un poema de amor y esperanza, aunque trágico, como la realidad que nos ha tocado vivir.”
Juicios críticos
Para mí Las montañas azules es una hermosa experiencia de vida, llena de ternura y sabiduría popular. De una manera tan sencilla vas discurriendo en un ámbito poco frecuentado, donde tal vez el que más se te aproxima sea Di Benedetto. De pronto me siento impotente para reflexionar sobre tu novela, porque ella está más allá de todo razonamiento. En “Las montañas...” todo es sentimiento, espiritualidad que se condensa en una singular relación del medio físico, del paisaje que se anima con la presencia de sus protagonistas humanos. Su final es tan notable como el comienzo, trágico, como la realidad que nos ha tocado vivir con  los gobiernos represores. Mi estimado Adolfo, te agradezco de todo corazón que me hayas hecho partícipe de este festín  espiritual. Me hago la ilusión  de que la escribiste exclusivamente para mi goce estético. Creo que es como un regalo para quienes seguimos la huella de tus palabras. Iba a decir de tus versos, porque he sentido la poesía que en ella palpita, porque esta obra es todo un poema de amor y esperanza. Un poema que destila el dolor de un sobrino que va escarbando en los recuerdos el paso de su tío recopilador de cancioneros. Crisóstomo y Carmen encarnan el dolor de un amor que al parecer llega en un momento postrero; algo similar les toca vivir a Demetrio y Verónica.
     Adolfo Cáceres Romero, escritor boliviano, en una carta del 30/9/2002
En esta novela, la suave melancolía que puede suscitar el viejo Tucumán, cuyas huellas están aún presentes, contrastan trágicamente con los tiempos oscuros que vinieron después, los del último proceso militar, que ensangrentaron esa provincia. (...) Un lenguaje austero y poético a la vez,  logra hacer presente un pasado mediante palabras casi olvidadas. (....) Considero que “Las montañas azules” es la mejor novela de Adolfo Colombres.
    María Eugenia Valentié, La Gaceta Literaria, San Miguel de Tucumán, 9/7/2006
“Las montañas azules” es un libro no sólo de homenaje, sino de reinstauración de un mundo que está allí, latiendo y resistiendo todavía. Y hay en él tantas o más señales que en las enfermizas babeles de las metrópolis, para descifrar las vehemencias y prodigios del universo, tanto como en sus cosmogonías hay puertas que no hemos abierto todavía, y armonías que nos completarán si las descubrimos. Quién más que Adolfo Colombres, este fecundo trotamundos, sabe de ellas. De allí también que en su novela, cada tanto, alguien llora casi sin saber por qué. Como cuando a uno se le ultraja un recuerdo. En este caso, un mundo. Libro a libro, Colombres como escritor, ensayista o antropólogo, viene levantando cercos para defenderlo. Así honra a su tierra, a su país. Él también, venciendo al tiempo, año tras año, de libro en libro, renaciendo.
      Leopoldo Castilla, poeta argentino, en una conferencia dictada en la Biblioteca Nacional el 15 de mayo de 2006.
Las montañas azules cuenta una historia distinta a las que se leen. Entre los modos de contar una historia, de hacer una novela, Adolfo Colombres eligió los menos cómodos, los menos frecuentes. Eso se debe, en gran medida, a la condición excéntrica de su obra. (...) La incomparable superficie de esta prosa insinuada por un estilo sin regodeos oculta honduras imprevisibles en la novela contemporánea, donde el zumbido y el temblor de lo psicológico acorralan cualquier otra consideración. (...) Colombres tiene la gracia irreverente de no confiar en un solo registro monótono y autoritario. Hay en su prosa una permeabilidad que le permite asimilar ritmos e inflexiones por momentos ajenos a la serena voz que asume desde el comienzo la narración. Esa voz toma la precaución de ser filosófica, lítica. Vale decir, tiene el valor de romper el esquematismo dictatorial porteño de una voz agresiva, con carraspeo viril. (...) Colombres se ha tomado en serio la sentencia de Bufon: ha emparejado la honestidad de la letra y la honestidad individual para ser, entre muchos o pocos, una persona y un escritor admirables.

                Luis Chitarroni, escritor, editor y crítico literario, en una conferencia leída en  la Biblioteca Nacional el 15/5/2006.
Palabra y ritmo de copla. La palabra dicha, oral, revivida en la escritura: toda una paradoja, todo un desafío. Pero de desafíos y desconciertos, para los lectores ortodoxos, Colombres tiene una bolsa llena. Porque esta novela está narrada como por un juglar, que al lado nuestro nos cuenta nuestra historia. Deliberadamente recrea y crea esta situación porque narra rescatando los soportes, las estrategias el narrador oral. Y por eso la lectura de “Las montañas azules” es detenida e infinita. No se puede leer de corrido. Es como el ascenso a las montañas azules: hay que detenerse, no sólo porque a uno le falta (o le sobra) el aire, sino porque se le inunda el pensamiento al recorrer tanta hondura reverdecida, tanta hondura sabia de bucear el mundo inmediato, que de tan cerca no se ve. (...) Para quienes hemos aprendido que la memoria de los días, más tarde o más temprano, se impone, se revela y se rebela, ésta es una novela imprescindible.
         María Stella Taboada, profesora de letras de la Universidad Nacional de Tucumán, mayo de 2006.
En “Las montañas azules” Adolfo Colombres registra y crea con belleza. Utilizando las palabras apropiadas, coagula el tiempo en el recuerdo. Una palabra cuidada, poética, que nos retrotrae a la belleza sonora del lenguaje del Siglo de Oro español. (...) La trama está perfectamente urdida. Las historias diferentes se entrelazan con solidez e ingenio y el tiempo es un hilo que une los distintos momentos en un presente único que coloca al lector frente a un viaje que se hizo, se está haciendo o será hecho. (...) Los diálogos de los personajes son profundos. En ellos la palabra juega el rol que debería siempre jugar, no el de la fuga hacia el discurso hueco, sino el de que la siente profundamente. Así lo que se dice emociona o hace reflexionar. (...) Esta novela es un grito sutil que vuelve en ecos, en coplas, en plantas, en palabras, en pieles curtidas, en gente de una sólida ética. Nos deja, al leerla, la sensación de que el tiempo, que todo lo consume, no ha pasado.
                        Carlos Alsina, dramaturgo y director de teatro. Tucumán, mayo de 2006


CICLO DEL MITO

VIEJO CAMINO DEL MAIZ







Texto de la contratapa
El conocido escritor mexicano Fernando Benítez dijo de este libro: He leído Viejo camino del maíz, novela escrita con precisión y un buen sentido de la síntesis. Sabemos que ocurre en un punto olvidado de la provincia argentina de Santiago del Estero, en un periodo seguramente amplio, pero no delimitado con claridad. Sus cuatro partes se presentan como cuatro tiempos sucesivos, y descri­ben lo que podría ser la parábola de la marginalidad de muchos sitios de América, en los que el "progreso" vino a hundir la historia en la fantasmagoría. Las cajas llaman, o llamaban, a la recolección de la algarroba bajo un sol agobiante, puro espacio de víboras. Pero ocurre ya que las compañías forestales inglesas se llevaron la ma­dera, que los productos importados terminaron por destruir las industrias tradicionales, que la gente se fue, o la mató la miseria. ¿Qué resta en la tierra del maíz? La agonía de un desierto de salitre y espinas, las voces de un mundo desaparecido. Si la novela mo­derna, como dicen algunos, es una cuestión de lenguaje, Colombres acierta a resolver la realidad lingüística en que se sustenta este universo en el plano literario. Recurre, como otros, a los regiona­lismos, pero aquí se dan en un contexto poético, donde ya no cuenta tanto el significado de los términos, sino el sonido. Y de ahí que se pueda afirmar que esta obra va más allá del indigenismo y las corrientes emparentadas, como él, a lo que se dio en llamar el realismo socialista, o que al menos elude sus vicios y esquematis­mos, alcanzando, a través de un sutil despliegue de imágenes y el constante estallido de las sílabas, una extraña belleza. Los seres y sus pasiones se vuelven permutables a los ojos de los muertos. Los hechos se repiten, pero en sentido inverso, dejando al descubierto esa relatividad que ayuda a entender la condición humana.
Juicios críticos
...y de ahí que se pueda afirmar que esta obra va más allá del indigenismo y las corrientes emparentadas, como él, a lo que se dio en llamar el realismo socialista, o que al menos elude sus vicios y esquemas, alcanzando, a través de un sutil despliegue de imágenes y el constante estallido de las sílabas, una extraña belleza. Los hechos se repiten, pero en sentido inverso, dejando al descubierto esa relatividad que ayuda a entender la condición humana.
    Fernando Benítez, en el suplemento "Sábado" de  Unomásuno (México D.F., agosto de l979)
Obra-revelación; creación literaria desprovista en su desarrollo de esos decorados de utilería fabricados en serie y casi adaptables a la ambientación de cualquier localismo...Libro-parábola, libro-alarma,libro-lamento, libro denuncia, libro-rebelión; en Viejo camino del maíz el lenguaje es por cierto el principal protagonista y (válgame la imagen del teatro de la Hélade) el máximo e indispensable corifeo.
     Vicente Oddo, en una monografía titulada "La magia de la palabra en la novela Viejo camino  del maíz de Adolfo Colombres”, Santiago del Estero, l983
Se trata de una narración pulcra desde el punto de vista estilístico, de lenguaje eficaz para describir y recrear los conflictos entre hombre y naturaleza y hombre y sociedad...Lo extraordinario, lo mítico, coexiste con lo real, y el resultado es una bella novela reveladora de una situación social y cultural...En suma, una atinada narración de Adolfo Colombres en la que coexisten la historia real y la imaginación. (...) Entre sus excelencias hay que anotar también la eficacia del lenguaje empleado al recrear un aspecto del mundo americano donde el hombre de nuestras tierras sale enriquecido.
                   Miguel Bautista, en Revista Mexicana de Cultura  (El Nacional, 3l/8/l980)   
En Viejo camino del maíz he admirado la seguridad y contención estilísticas, prueba de una relación con la experiencia literaria que anticipa futuros textos plenos de una madurez laboriosamente adquirida. Pienso que esta feliz apertura de tu manejo del tiempo-espacio, aunque constreñido por el tiempo mítico que corresponde a la temática del libro, está sin embargo presente en su último capítulo, “LLegan los nuevos tiempos”, extraordinario colofón que resuelve no menos bien el pie forzado de su temática, en que la sabia administración de los vocablos indígenas realza el que podría destacarse como el mérito mayor: desplegar una mirada amorosa y solidaria sobre la condición humana de estos pueblos.
            Vicente Salsilli Benavides (Barcelona, 9 de octubre de 1979)


SOL QUE REGRESA


 

Texto de la contratapa
Santiago Álvarez, un oscuro médico argentino, vive el can­sancio de la civilización en un mundo cerrado. La rutina del hospital le ha mostrado los rostros de la muerte. Sus fines de semana se repiten como los naipes de una baraja. El sol quedó lejos, entre las nieblas de su infancia. Al sentir el deseo de recu­perar el pasado, llega durante un verano hasta una mina en Potosí, donde se encuentra con un minero que padece silicosis. Este hombre, un quechua, lo obliga a enfrentarse con sus valores. Hay una mujer de por medio, reviviendo los sentidos. Pero los tres caminos se separan. El médico regresa a Buenos Aires bajo la luz de otro sol. El amor regresa y concluye; inconforme, hay un retorno a Potosí. El minero está muerto, en vano el médico persigue su sombra por el paisaje andino. El sol declina, arrastra al médico hasta la miseria de los socavones. Es necesario luchar, completar el ciclo, hundirse en la negrura abisal del horizonte. Hay en Sol que regresa un simbolismo relevante: en un lago, un águila real acosada por los cernícalos cae en la plaza del Que­jido del Cuzco, en Huacaypata. Es el tiempo de la vindicación, del regreso.
La presente obra recibió en 1980 el Premio Internacional de Novela Laureano Carús Pando, otorgado por el Centro Asturiano de México. Integraron el jurado: Álvaro Mutis, Enrique Fierro y Aurelio González.
Juicios críticos:
...quizás el gran mérito de esta obra radique en que la idea que domina el lenguaje tiene la forma de interrogación y no de afirmación, abriendo camino a una búsqueda...Es así como, en los momentos más intensos en que se abre ese interrogante, la prosa alcanza niveles de profunda belleza y autenticidad.
  Alejandro Katz, Revista de Bellas Artes (Nº 4, México D.F., julio de l982)
En Sol que regresa, el escritor argentino Adolfo Colombres nos plantea una nueva y punzante visión sobre el destino de los grupos indígenas latinoamericanos, que rebasa el interés antropológico o histórico para entregarnos imágenes literarias muy logradas. A través de una prosa bella y exacta, el autor nos entrega una de sus mejores obras novelísticas, donde personajes y situaciones explayan un drama de contenido social...No es un documento, sino una obra de ficción bien llevada por cauces de realismo poético.(...) A diferencia de cierto tipo de ficción de carácter romántico y nostálgico, la exploración del universo indígena en esta novela es un acierto, y de los mejores del libro...Resumiendo, en Sol que regresa encarna la praxis literaria de un joven valor de las letras hispanoamericanas, cuya pluma se destaca en estos años por su señalamiento valiente y documentado de las realidades que determinan a los pueblos indígenas.
                     Miguel Bautista, "Revista Mexicana de Cultura", El Nacional (México D.F, mayo de l982



KARAÍ, EL HÉROE
Mitopopeya de un zafio que fue en busca de la Tierra Sin Mal
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Video de la anti presentación de este  libro:


Texto de la contratapa
Si el mito sintetiza la experiencia histórica de un pueblo, una obra literaria de afán totalizador será por fuerza una mitipopeya. Buscando la Tierra Sin Mal, Karaí recorre un país colmado de males y malentendidos. De él se dice, entre otras cosas, que fue un héroe o un dios menor, el Dueño de los Cerdos Salvajes o el Rey de los Pájaros, un desnudo vagamundo que amó la prudencia pero huyó de la Jurisprudencia, un truhán sensual y místico, un beatuco ambiguo y sinuoso como la vida que hizo el bien y el mal sin mirar a quién. Más allá de su universalidad, este libro se presenta como una saga genuinamente argentina, reveladora de las claves del infortunio de un país que no logró aún poner en pie su derecho a la vida. Novela a la vez fantástica y realista, trágica y cómica, grotesca y poética, inocente y pornográfica, donde la palabra se afina hasta el delirio para enriquecer una anécdota que conjuga dos tradiciones literarias de gran vigor: la caballeresca, que en su forma paródica alcanza con Don Quijote un paradigma, y la indígena y popular.
Juicios críticos
La construcción de una vasta novela, la voluntad de edificarla alrededor de un mito, la creación  de un lenguaje donde coexisten múltiples significados, es la tarea y aventura que asumió Adolfo Colombres al escribir Karaí, el héroe. (...) No conozco en nuestro país un intento semejante a éste que propone Colombres: sólo como aproximación citaría a Terra Nostra, del mexicano Carlos Fuentes. (...) Más fuerte que la erudición real es la falsa erudición de la que se vale en esta construcción de un mito latinoamericano. Contralectura del saber oficial, de la cultura institucionalizada, Karaí es, al mismo tiempo, arquetipo de la cultura sumergida. Su lectura de lo real, entonces, es réplica, contracara, revés de lo aprendido. Sus valores son antagónicos a los del mentor, el académico, el escriba. (...) En su peregrinaje, Karaí actúa en la ambigüedad del dios-hombre, Dueño de los Cerdos Salvajes, Rey de los Pájaros, vagabundo, truhán, engañador, místico, encabalgado en historias de pecado y vergüenza, tanto como en desbordes épicos, un poco a la manera de los personajes sensuales, medievales y renacentistas, que desembocan en Fielding, Cervantes y Rabelais. De esa herencia es deudor este libro que, por otra parte, busca apoyaturas y complicidades en mitos y cosmogonías indígenas, que el autor conoce bien. (...) Un nuevo elemento marca este cambio: el manejo exasperante del humor, la tragicomedia y el grotesco.
       Pedro Orgambide, en "Cultura y Nación", Clarín (Buenos Aires, 2/9/l988)
De ahí, entonces, que en la densa y extendida "mitopopeya" de Colombres se crucen por igual los mitos compensatorios de la búsqueda de la inmortalidad, de la regeneración del tiempo, de la sabiduría proverbial, de la perfección mística, del acceso a la felicidad, del hedonismo erótico, de la eterna juventud, del poder absoluto, etc., encarnados o protagonizados por este buceador de aguas turbias que navega, no siempre confortablemente, entre las corrientes conflictivas del mito y de la historia. (...) Quizá la sustancia más memorable de esta saga americanista sea la del lenguaje, esa lengua a mitad de camino entre lo esperpéntico y lo barroco, que nos propone su variedad, su riqueza y su transfiguración caricaturesca como una suerte de evocación de tres textos esenciales de la creatividad verbal del Continente: Macunaíma, del brasileño Mário de Andrade, Don Juan ,el Zorro, del uruguayo Francisco Espínola, y Adán Buenosayres ,del argentino Leopoldo Marechal. Trabajada con minuciosidad y rigor obsesivo, esa escritura de crónica posmoderna, densamente marcada por los modelos de la memoria lingüística y por las propias tramas y procedimientos de la literatura, parece mostrarnos irónicamente -a través de sus bolsones neoclásicos, sus notas paródicas, sus contaminaciones dialectales, sus neologismos, sus lunfardismos y sus regionalimos- las sucesivas capas verbales que constituyen el pasado y los proyectos de nuestra cultura y de nuestras conflictivas identidades nacionales.
       Jorge B. Rivera, en la revista Crisis (Buenos Aires, octubre de l988)      
Adolfo Colombres...nos presenta una de esas obras desconcertantes, que aparecen muy de vez en cuando en la literatura de un país, desbordando los carriles de lenguaje y de concepción literaria a que se va acostumbrando la pereza de lectores y críticos. Esta obra es Karaí (...) Un inmenso canto al alma americana abriéndose paso a través de sucesivas deformaciones político-culturales (...) Si hubiera que buscar los parámetros literarios y referenciales de este libro habría que citar, en primer término, Macunaíma, la obra clásica de Mário de Andrade. Creo que ésta es la base y la guía de la inspiración de Colombres. Luego el Quijote, por la "divina sinrazón" del héroe, y Rabelais, Gargantúa y Pantagruel, como impulso hacia lo pánico, lo descomunal y goliardesco de un lenguaje y de una mitología que se vive más a través de la particularidad verbal que por las situaciones mismas. (...) No es el objeto de estas líneas otro que el de señalar la obra absolutamente distinta, poderosa, ambiciosa, en un horizonte literario donde lo ramplón prevalece. (...) El léxico que usa Colombres con una creación paciente, es quizás el más extenso utilizado hasta ahora en las letras argentinas...Utiliza arcaísmos, indigenismos, lunfardo, palabras guaraníes, ritmos poéticos y una acción abrumadora. (...) Es un libro distinto. Está en el lector juzgar. Trasciende de lejos las pobres intenciones literarias de nuestros connacionales. Su apuesta es tan grande y alta como el esfuerzo de crear este verdadero océano verbal.
                                          Abel Posse, en La Gaceta  (Tucumán, 4/l2/l988)
...hay un inusitado poder de fabulación que extrae su fuerza de la convergencia de cambios y de culturas, donde conviven Cuyén con el Padre Original, el gigante Elal con el Yasí-Yateré, el Pujllay con los querubines, los lagos del Sur con la fantástica pero harto conocida ciudad de Trapisondia. Hay, sobre todo, un héroe menudo y falible, astuto a fuerza de golpes, conmovedor por su capacidad de renuncia y su inconmovible fe, en cuya tenaz debilidad tiene su último refugio la olvidada sabiduría de la Tierra.
                                 María Rosa Lojo, en La Nación (Buenos Aires, l9/2/l989)
Drama de la "extranjería" del americano en su propia patria, comprobación de la "ajenidad" a lo que debería ser "su" cultura, reconocimiento de la impotencia del descendiente de europeos para poder llegar a "reconocerse" en el mundo indígena, son algunas de las líneas que surgen con fuerza de esta narrativa concebida como herramienta del propio conocimiento, de la que la "mitopopeya" Karaí, el héroe (l988) es su mejor resumen. Es en esta obra donde la búsqueda inmemorial de la Tierra Sin Mal trasciende la épica de la aventura narrada, para convertirse en símbolo de una expedición inherente a la condición humana y donde se reconoce sin dificultad lo más profundo y secreto de América Latina.
                       Fernando Ainsa, "Movimiento centrípeto y movimiento centrífugo de una narrativa con raíces universales", París, 1992.

KARAÍ, EL HÉROE
Donde se intenta en vano definir lo indefinible

Así como el árbol busca la luz y el insecto el polen, buscó Karaí en su azarosa existencia la Tierra Sin Mal, anhelando purificar su sangre imperfecta de cuanta sabandija la anidaba y poseer la grandeza de corazón que se precisa para practicar la buena ciencia de su gente. En un ya lejano amanecer opacado por la neblina vivificante recibió del cedro sagrado la palabra, y aunque mucho tiempo consumió en pulirla mientras se calentaba de noche junto a las cenizas húmedas de los fogones, nunca llegó a dominarla del todo. Ambiguo y sinuoso como la vida, reverenció tempranamente al aguaribay y a la higuera brava, entablando con ellos solitarios coloquios y haciéndolos crecer con sus rezos. A la flor de mburucuyá, su preferida, le pidió que lo guiara por los caminos del mundo, socorriéndolo con su poder milagroso, pero antes de partir rastreó en el humus de la selva la vaga historia de su raza, los crípticos mensajes de los que se habían quedado ya con la cabeza doblada sobre los brazos cruzados. Cabe reconocer que también se interesó por las mujeres, aunque nunca se detuvo a cultivarlas como corresponde por fidelidad a su destino, que no era de casamiento, y por aborrecer los ósculos, zalamerías y mimosuras. Si de tanto mariposear sus arropes abusó en ocasiones de su inocencia con proverbial torpeza, cual un voluble violador de intimidades, fue para distraerse un poco y no para dar alas a una leyenda que jamás le preocupó en serio. Bien subraya el cronista Santillán que con las chofetas no gastó conversas de glorieta, y si la Necesidad, siempre enemiga de la Ley, lo impulsó eventualmente a zarandear un currículo, lo hizo a la carrerilla y sin prosar una espiritual epistolilla. Fue así para unos un héroe manso como caballo de procesión, y para otros el más pintado y veleta truhán de estas australes latitudes, un melómano puesto en el oficio del trinca que trinca, que soliviantó la puerta del recato para excrementar en el dorado hostiario de la honestidad. Según éstos, numerosas zagalonas y mozas militantes lo habrían querellado ante el tribunal de los impíos, acusándolo de haberle capujado la doncellez con destemplados sopeteos y, lo que es peor, sin su pleno consentimiento expresado por escrito ante notario o agente público, lo que le valió al redomado pícaro la condena, no por cierto de los discretos togados (que como sabios varones que eran clausuraron sus oídos a tal suerte de necedades), sino de la femenil grey, que lo tachó de cerdo de asociales instintos y le endilgó un centenar de irreproducibles epítetos. Curiosamente, las alegres cuñataí de su tierra, de más sentimientos y menos fruncimiento, incondicionales admiradoras de sus dones, lo llamaron también Dueño de los Grandes Cerdos del Monte, aunque eso fue después, cuando la hiedra de los años y la fantasía de los ociosos adobaron su memoria. Más le cuadra el título de Padre o Rey de los Pájaros, que ejerció en su bullente juventud, como veremos. Pero amén de un ave de alta cantoría fue un empecinado viajero, fuego itinerante embrujado por un sueño que lo llevó a trajinar dudosos mapas, dando crédito a una geografía falsificada por vaya a saber qué oscura caterva de cartógrafos, y también a andar metiendo el hocico en todo agujero bonito, como el Coatí. A la postre resultaron inútiles con él los latines y moralinas de la civilización, a los que pisoteó sin saña, pero como no se entregó al viento que corre ni le faltaron acertadas enseñanzas, pudo alcanzar al fin la ansiada y terrenal meta de su travesía. Terrenal, sí, porque él no fue de esos chupalámparas que dejan la piel en un ramaje para subir piando al cielo, por más que el jesuita Blas Carmona afirme lo contrario en el legajo de beatificación del zafio, añadiendo en el introito que por su dignidad y virtud lo llamaron Karaí Marangatú. Pues si bien es cierto que tuvo por norma la prudencia, huyó siempre de la Jurisprudencia, hallándola una dama harto caprichosa; y si fue un dechado de sabiduría -a la que sembró de a poco y sin alardes, por no ser boca de mucho decir ni pico de cacareo- también lo fue de zafaduría. Concluye por eso la moderna historiografía que no fue un tragasantos ni un lamberrosquetes, sino tan sólo un héroe, un hombre, un singular vagamundo que hizo el bien y el mal entremezclada e inadvertidamente, sin poner en la fuerza del acto la pasajera fatuidad del propósito.*

* Con todo, bueno hubiera sido, para coronar tanta devoción popular, que el beato Karaí del Porro tuviera un lugarejo en los vaticanos altares, aunque más no fuese engrosando el famulato de la Gloria, junto a los tostados Martín de Forres y San Balthasar, a José de Cottolengo, el portero Pascual Bailón y los pajes San Proto y San Jacinto. Pero ya sabemos qué de obstáculos ponen las eclesiásticas jerarquías al místico ascenso de los rabopelados.



LA ESTIRPE DE KEDOC


Texto de la contratapa
Pocos años después de publicar su Karaí, el héroe. Mitopopeya de su zafio que fue en busca de la Tierra Sin Mal -novela elogiada por la crítica como un arquetipo de las culturas sumer­gidas, emparentada por un lado con la tradición que viene de Fielding, Rabelais y Cervantes, y por el otro con los mitos cos­mogónicos de América, el Macunaíma de Mario de Andrade, Terra Nosíra de Fuentes y Adán Buenosayres de Marechal, con un manejo exasperante del humor, la tragicomedia y el grotes­co y un lenguaje oceánico trabajado con rigor obsesivo-, Adol­fo Colombres acometió la escritura de esta segunda obra estre­chamente vinculada al mito, para seguir explorando su conflic-tiva relación con la historia. Comprimiendo al máximo la dura­ción, esta saga une en el tiempo de seis generaciones el origen de las estrellas con las atrocidades de nuestra última dictadura militar. Kedoc carece de la gracia y humanidad de Karaí. Ni la ética ni la mística entran en sus preocupaciones, y la risa pro­vocada por sus "hazañas", que llegan a lo repugnante, reside en el humor negro del narrador, quien por momentos parece vol­verse cómplice de sus crímenes. Ensangrentado con las mise­rias de la historia, y tras estallarle la conciencia, Kedoc inicia a tientas un sinuoso viaje de regreso a las luminosas esferas del mito, y aun cuando recrea al final el mundo, seguirá sin saber qué le pertenece.
Juicios críticos
La estirpe de Kedoc escapa a mi juicio a cualquier clasificación. Pareciera que flotando sobre una tradición mítica y realista a la vez, se desenvolviera un tejido de poema en compleja trama de novela bizantina. Como el Persiles y Segismunda, o en las gestas caballerescas de Tirant le Blanc, o Tristán de Leonis o Amadís de Gaula, o el Caballero del Grial, donde el viaje interminable es crucial e iniciático. Con la diferencia de que nuestro Kedoc sólo anhela sobrevivir a cualquier precio, sin  ninguna intención salvífica, explícita o secreta, imagen de la condición humana desastrada y mezquina. (...) Con un lenguaje torrencial, sin respiros, Colombres ha compuesto una obra que crece en intensidad capítulo a capítulo, desde un comienzo casi bucólico a la negrura más sobrecogedora. En esta narración advierto que el lenguaje se ha vuelto entrañable, que regresa a la raíz, que se ha encauzado rescatando las formas de la oralidad más añorada, que ha conseguido la expresividad propia de esta parte del mundo. Novela o teogonía, La estirpe de Kedoc nos embarca en un viaje a principios insondables, a la raíz de nuestro existir, hecha, como dice sabiamente Thomas Mann, de regocijos naturales y de miseria sobrenatural. Kedoc no se agota en una lectura y menos en estos apuntes. Es un tesoro de la más pura, original, terrible y conmovedora narrativa.
               Leonardo Martínez, poeta argentino.  Texto leído el 30/6/2004 en un  programa de radio de Buenos Aires
La estirpe de Kedoc atesora y teje con finísimo estambre simbólico una metáfora que nos compete como latitud. El persistente estado de degradación, la colonización incesante, la desmemoria y la falta de conciencia, no sólo como individuos, sino como parte del entretejido que conforma la identidad de un pueblo. Aquí, algo reclama reparación, redención. (..) Este ser deleznable, que no consigue elevarse más allá de sus propias miserias, incapaz de gratitud, de solidaridad, sin el menor atisbo de conciencia, tiene la posibilidad y el mandato de reconstruir el mundo, que se reveló mal hecho en un principio, y por dos veces ni siquiera aparece la noción de responsabilidad en la concreción de semejante prodigio. Es más, este personaje, maravillosamente verosímil y de impecable trazado psicológico, se halla muy cómodo en su piel de irresponsable y timador. (...) No es extraño este Kedoc a quien nada que sea ajeno a su conteporaneidad le importa. Ni ancestro ni devenir. Sólo nos queda suponer la inmediatez como acto de afirmación de alguna suerte de memoria capaz de operar en él, como sustituto de conciencia. (...) Es mucho lo que puede decirse de esta estupenda novela de Colombres. Personalmente me trajo a la memoria al maravilloso personaje de su novela Karaí, el héroe, que pareciera ambular las páginas presentes, como el revés de esta creatura que hoy nos convoca.
           Graciela Zanini, poeta y profesora de letras de la UBA (30/6/2004)
Quiero comentarle que leí “La estirpe de Kedoc” y me pareció uno de sus mejores libros. Al menos yo lo disfruté muchísimo, me pareció un juego literario delicioso.
                 Susy Delgado, poeta y periodista paraguaya. Directora del Suplemento Cultural de La Nación de Asunción (carta del 10/9/2004)


CICLO DE LOS MUNDOS LEJANOS


LA MAREA DE LA SOMBRA
(De reciente aparición)












Texto de contratapa:

Teodoro Bogado, un sociólogo argentino, llega a un oasis del Desierto Occidental de Egipto, vecino a Libia y el Gran Mar de Arena, en compañía de su hija Iris, una niña de ocho años. Ambos vienen  golpeados por la muerte trágica de Lea, mujer de Teodoro y madre de Iris, quien fue brutalmente asesinada una noche de invierno para robarle el automóvil en que regresaba a su casa de Vicente López, hallándose embarazada de un segundo hijo. Teodoro arrastra también otra muerte luctuosa de su primera juventud, la de una militante política en los años de plomo. Ambos hechos forman una oscura marea que interrumpirá continuamente el curso de su actual  historia en el desierto.
En el hostal donde se alojan trabaja Selma, madre de Yamilka, una niña de la edad de Iris, con quien ésta se entenderá muy bien, a pesar de carecer de un lenguaje en común. Pronto se sumará a sus juegos Sheila, una muchacha enigmática y llena de silencios, quien viene con Nafi, un encantador burro blanco. El tiempo de Teodoro oscila así entre las andanzas de su hija en esa realidad tan diferente, y el asedio de esos recuerdos dolorosos de los que no puede ni quiere librarse, pues sin ellos su vida perderá todo sentido.
La tensión crece cuando llega Wajda, una joven de El Cairo que trabaja en el mercado del arte, a quien Iris incorpora a su círculo. Al principio Teodoro resiste su influjo, pero todo se sume en un clima de pesadilla cuando regresando de un largo safari por el Sahara profundo son asaltados por una banda armada que secuestra a Iris y Wajda para llevarlas a Libia. El relato sigue por las arenas de Sudán y también en Alejandría, donde se cruza con las huellas del escritor inglés Lawrence Durrell y su célebre Cuarteto.
Cabe destacar que ya otras novelas de Colombres transcurren en África, como La gran noche, El desierto permanece, El Callejón del silencio, La vida no basta y La eternidad.  En todas ellas, se trata de tocar fondo en la condición humana.




LA GRAN NOCHE



Texto de la contratapa
A fines de los años '60, dos hombres y una mujer llegan al África Occidental desde Buenos Aires, con el propósito de filmar una serie documental para la televisión. Al canal le interesa explotar la veta exóti­ca de dicho continente, que está a la vez tan cerca y tan lejos de nosotros. Eduardo, el cameraman del gru­po, se ve atrapado progresivamente por un mundo que se resiste a ser bastardeado con un lente de­formante, y que lo arrastra hacia el fondo de una historia colmada de horrores, en la que el pillaje co­lonial y la misma condición humana se convierten en personajes, desplazando por momentos a los viajeros. Un entrecruce de múltiples planos narrativos com­pone un fresco poético en el que la línea argumental parece siempre amenazada por los desbordes de una conciencia colectiva que se mueve en un juego de lla­madas y respuestas. La búsqueda constante en el plano del lenguaje no vacía las ideas sino que las enrique­ce, y sirve para ir arrancando las máscaras con las que se disfraza la opresión para anclar en el mismo corazón de la tiniebla. Nunca hasta ahora África en­tró con tal fuerza en la literatura de América Latina, convirtiéndose en un espejo en el que vemos reflejada nuestra propia miseria, así como el drama histórico y las vertientes culturales que nos unen
Juicios críticos
No se trata de un pastiche, ni de una parodia, ni de la búsqueda de una entonación africana, modalidades más propias de la narrativa de la última década. Dentro de la estética de los '7O, La gran noche está lejos de ser una novela folklórica que explote el exotismo, y Colombres no presume de portavoz del mundo negro. El personaje del cameraman argentino, que se interna en el continente, propicia una visión objetivista, casi técnica, ajena al principio a todo lo que no sea el encuadre de las imágenes en la lente.  Lo subjetivo y existencial corresponde a las historias individuales y a las relaciones de los integrantes del equipo de filmación. Pero, poco a poco, los dos planos empezarán a interferirse hasta que la cámara ceda el lugar al cuerpo y, obviamente, todo cambie.

   Cristina Siscar, en la revista Humor (Buenos Aires, septiembre de l993)
Esta prosa rica, densa, da la impresión de haber desafiado el siempre vasto género novelístico, yuxtaponiendo los recursos del cuento, del texto, de la crónica, del teatro, del guión cinematográfico y, por supuesto, de la poesía en sí misma. Si en algo aparece África en esta novela es en la desmesura de un lenguaje que da la idea de que únicamente recurriendo a lo desbordante se puede hablar de este continente. Pero sin duda, lo más interesante es el lenguaje en sí mismo, que se parcela, se quiebra, se fragmenta, se interrumpe deliberadamente con marcas claras. (...) Tributaria en cierto sentido del objetivismo, sostenida con un ágil ritmo narrativo y una relumbrancia trágica a lo Rimbaud, cercana a la belleza de lo terrible, la novela da la sensación de un conjunto heterogéneo de elementos que avanzan hacia una zona de disolución.
                           Jorge Lafforgue, en una conferencia leída en el CEHASS, Buenos Aires, en septiembre de l993
Ciertamente, y éste es uno de los encantos de la novela: vivencias, relatos crudos y tiernos y cosmologías extrañas emergen como el más allá que le da vida a la máscara...Pero claro está que es una novela, en sus formas de vanguardia, pero también una crítica de ese genero occidental y burgués, en el sentido más estricto de la palabra. Adolfo Colombres habla desde entre nosotros. Su ironía, su denuncia, su elaboración técnica, así lo demuestran. (...) ¿Cuál es el destino de Eduardo, extraviado en la gran noche? Colombres no se abandona necesariamente a la negatividad del Carpentier de Los pasos perdidos, donde el personaje, tras haber recorrido hacia atrás la filogénesis de la especie, debe regresar a su siglo, por la manifiesta incapacidad de renunciar a su propia ontogénesis. El destino de Eduardo, en cambio, es sólo un interrogante. ¿Podemos dejar de ser en este tiempo y en esta cultura para abandonarnos a la otredad?
                                     Ricardo Kaliman, "Atravesar el vidrio", conferencia leída en la Universidad Nacional de Tucumán el 27/l0/l993
La rica urdimbre textual, la polifonía de un lenguaje narrativo afín a la libertad constructiva de la poesía sin que ello vaya en desmedro -todo lo contrario- del relato, sustentan esta novela de Adolfo Colombres (...) Colombres narra un complejo contrapunto entre planos internos y exteriores, recurriendo con frecuencia a montajes escriturales casi cinematográficos, a la forma del guión, al poema, a la letanía o a la frase cortada como un jadeo. El fruto es este libro intenso, altamente recomendable.
                     Jorge Ariel Madrazo, en La Prensa (Buenos Aires, 21/11/1993)
La gran noche comienza con una invitación del narrador a imaginar un lago y termina, luego de la exasperación de un lenguaje de gran densidad y belleza, con el vacío, acaso la contracara inevitable de la cultura. (...) Esta prosa rica, densa, da la impresión de haber desafiado el siempre vasto género novelístico yuxtaponiendo los recursos del cuento, del texto, de la crónica, del teatro, del guión cinematográfico y, por supuesto, de la poesía en sí misma. Si en algo aparece Africa en esta novela es en la desmesura de un lenguaje, que da la idea de que únicamente recurriendo a lo muy repleto, a lo exultante, a lo desbordado se puede hablar de este continente.

      Irma Verolin, en El augur, Nº 11-12 (Asunción del Paraguay,                 diciembre de l993)
Sentimiento trágico contenido, sensualidad insistente pero desesperada indican el indudable fundamento vivencial de una novela construida con precisa intencionalidad. Predomina el enfoque de la filmadora; el narrador da desde el comienzo indicaciones de las tomas que se han de hacer, de las imágenes que se captarán, de los sonidos, etc. Pero esta perspectiva externa que presenta espacios, sucesos y personajes desde afuera, se compensa con monólogos interiores en los que, los personajes aparecen desde dentro, desde el proceso de sus mentes.
                                Oscar Caeiro, en La Gaceta (Tucumán, l9/l2/l993)


TIERRA INCÓGNITA

  

Texto de la contratapa
Tierra incógnita es una novela del mar, una de las pocas que produjo la literatura argentina, y también una novela de aventuras que se enmarca en formas ya clásicas de este género. Transcurre en el Océano Pacífico y en un río selvático de la costa ecuatoriana. Es la historia de un encuentro (o un desencuentro) de un hombre maduro y una muchacha de temperamentos diferentes, a los que sólo une el dolor de la libertad. El mar no es en esta obra una superficie neutra que se extiende entre dos puertos, sino un ámbito fascinante, despojado de máscaras y opuesto a la tierra. No obstante, es también aquí una metáfora del alma, y la tierra incógnita no está acaso en ese río profundo por el que se internan el hombre y la muchacha, sino en el corazón humano.
Juicios críticos
Al terminar la lectura de esta magnífica novela uno piensa que es mucho más que un relato de aventuras o, al menos, que encierra un doble registro: el de las peripecias físicas que se suceden en mares, ríos y costas y el periplo interior del descenso a las profundidades del alma para lograr un rescate espiritual.
             María Eugenia Valentié, en La Gaceta (Tucumán, l7/9/l995)
Tierra incógnita es una novela del mar, una de las pocas que produjo la literatura argentina, y es también una novela de aventuras -y por lo tanto de aprendizaje- que se corresponde con las formas ya clásicas de este género. Páginas cercanas al espíritu del autor de El corazón de las tinieblas, el magnífico Joseph Conrad, cuyo homenaje puede entreverse en el transcurso del relato, que une las historias de un hombre maduro y una muchacha, de temperamentos diferentes pero identificados en la búsqueda inclaudicable de la libertad.
                         Rosa Gronda, en El Litoral  (Santa Fe, l7/9/l995)
Tierra incógnita es la muda desesperación de una escritura que multiplica los matices, narra las sensaciones, reúne en la mirada el recuerdo de lo visto y se ordena en el ritmo de la frase. (...)  Las palabras escritas son como olas que se alzan, curvan el lomo y se rompen. Al aire saltan las piedras y la arena. Dejan atrás la tierra firme y vuelven a emprender su camino a la playa.
                     Rosanna Nofal, en Siglo XXI (Tucumán, 3/l2/l995)
El autor cartografía estos espacios, muestra sus invisibles redes, trabaja su capacidad metafórica. De ese modo lo geográfico es traspuesto a lo imaginario. Así, el mar deviene para el hombre del sur, su protagonista, en territorio del olvido. Navegar es adentrarse en el vacío, en la ausencia de pasado. En su extensión puede realizarse sin dolor el exilio. La tierra, en cambio, emerge como territorio de la memoria. Allí bullen las historias de los hombres y la historia personal. Es el lugar de las laceraciones y miserias. La atracción por la muchacha va tendiéndose como un hilo de Ariadna entre el mar y la tierra, entre el olvido y la memoria. Ella despierta en el hombre del sur el deseo de regresar a la patria, de recuperar los orígenes.
                       Victoria Cohen Imach, en El Periódico (Tucumán, l4/l/l996)
        Tierra incógnita resulta atípica como novela del mar en una literatura como la argentina, donde ha predominado el paradigma de lo pampeano, hasta imponerse incluso como imagen arquetípica nacional. (...) escritura cargada de sentido, donde la vida adquiere una honda gravitación. Ajeno a la insoportable levedad de la letra, que parece constituir el sello de estos últimos tiempos, Adolfo Colombres figura entre los escritores argentinos que todavía tienen algo para decir.
                         María Rosa Lojo, en La Nación (Buenos Aires, l4/4/l996)


EL DESIERTO PERMANECE

 

Texto de contratapa 
Entre la muy escasa narrativa sobre África producida por la literatura de América latina, esta novela se destaca especialmente por la gran intensidad y profundidad que alcanza. El desierto permanece es la historia de una lenta caída en los abismos del alma, que llevan al protagonista a liquidar sus bienes y partir al África Oriental en una aventura sin regreso, desdeñando los brazos solidarios que se tienden para salvarlo, y en especial el amor de una mujer.
Tras algunas peripecias, que incluyen un guiño a Hemingway y el encuentro con una antropóloga francesa que investiga sobre los sentidos del silencio, se interna en una zona situada al este del lago Turkana, acompañado por un joven guerrero rendille. En su larga marcha por las arenas, y acaso por el estado febril que lo consume, empieza a ver a su guía como una amenaza mortal. La tensión se acrecienta hasta el estallido, signado por una amarga ironía del azar que desarma su andamiaje moral. Comprende así, aunque ya probablemente tarde, la inconsistencia de su sentimiento trágico, del que hubiera podido escapar situándose en la perspectiva de los pueblos del desierto.
Juicios críticos
El desierto permanece en nosotros como un texto de original, por momentos asombrosa belleza entre los escarabajos negros, altos termiteros levantados como una joroba en la tierra reseca, los espejismos, la cúpula del cielo calentada al blanco, matorrales tortuosos, espinas rígidas y velludas con una excrecencia de odio. (...) De lo que leí de Colombres me parece se halla entre los más lírico suyo.  Como antropólogo, como viajero impenitente, como buceador de geografías rojas, tenía que llegar hasta el final que es el África, o sea también el principio de nuestra especie.  Permanecer allí con sus fantasmas y actores.  Y entregarnos este singular y bello texto. Entre lo que permanecerá de Adolfo está sin duda este desierto fértil. Una revisitación distinta a Hemingway o Bertolucci. (...) Entre el sueño del mugido de cebúes, el rebuzno de los asnos, los graznidos de los cuervos, los niños llorando, las mujeres esbeltas pululando entre las chozas, los perros sin fuerzas de flacos ladrando y una muchacha vestida de collares, en este páramo con la dureza de una roca, la cara llena de rayas y puntos blancos, un adorno en el labio inferior, ella con una lengua que tiene más de veinte verbos distintos para indicar cómo camina una persona.
Eduardo Rosenzvaig, escritor. Tucumán, noviembre de 2006.  
Lo que no tiene fantasmagoría ni nebulosa es el lenguaje de Colombres. La novela es fascinante en un sentido literal. La prosa es casi poesía. Conmueve la manera de contar una y otra vez ese mundo colorido y amenazante, bello e inmemorial. (...) Esta novela de Colombres me enamoró y sólo puedo desear que la lean, desde cualquier lugar. Quien ame los mitos tendrá hueso para roer. El que guste de las aventuras, igual. Quien busque una historia para conmoverse y reflexionar, venga a estas páginas. El desierto permanece es un título absolutamente inolvidable.                               
             Graciela Zanini, poeta y profesora de letras. Buenos Aires,  noviembre de 2006.
 Se trata de una gran novela donde el uso del lenguaje, el manejo de los tiempos narrativos y el interés de la trama nos atrapan desde el comienzo y no podemos dejarla hasta llegar al final. (...) Lo cierto es que Adolfo Colombres ya forma parte de la lista de los grandes novelistas latinoamericanos.
                                   María Eugenia Valentié, en La Gaceta, Tucumán, 17/12/2006.
Detecto la maestría del autor para hacer progresar una historia, no según un desarrollo lineal, sino con avances y retrocesos. Mientras se desplaza por un espacio físico (en este caso, los desiertos del norte de Kenia) realiza un viaje de vuelta a otros tiempos, que lo remiten a su infancia en Tucumán y a la historia vivida con una mujer. Superposición de tiempos y espacios distantes, y maestría para unir escenas como en un montaje de películas. El personaje, a pesar de circular sobre sus propias ruinas y declarar que no tiene nada que perder, ya que está entregado a su autodestrucción, deja entrever sus principios éticos con firmeza. (...) El desierto, asociado por lo común al vacío, es aquí el soporte de otro espacio, el simbólico.
                    Blanca Nuri, poeta y periodista, Tucumán, noviembre de 2006.



LA ETERNIDAD 

 

Texto de contratapa
Esta nueva novela de Colombres se despliega en buena parte por escenarios sobre los que ya antes escribió, y hasta rescata personajes de otras de sus obras. A Ecuador, México y África se suman aquí las islas Marquesas, donde transcurre «El fulgor de los mares de coral». En ella se narra el viaje que realiza Edmundo en un velero de escasa  eslora, y con un amigo, a través del Pacífico, luego de abandonar, por una crisis, familia y profesión. Cada vez más cautivado por el poder de las imágenes, tanto de esas islas como de su memoria, construye con ellas su propia eternidad, destilando lo esencial, mientras el tiempo se le escapa de las manos. Tales secuencias, según pasan los años, se irán comprimiendo, hasta convertirse en fotos fijas. 
            «Soles Negros» y «Las ígneas pavesas del tiempo», sus otras dos partes, tienen como principal personaje a Cristian, su hijo, un joven periodista que se exilia en Ecuador, y también a Verónica, que lo hace en México. Cristian, movido más por el afán de aventuras que por su profesión, realiza dos viajes a África. Las duras peripecias y las imágenes candentes lo irán acercando, con sugestivos paralelismos y sin que se percate, a la sombra de su padre. Más que el mito del paraíso, los une la seducción de una belleza lejana, intocable, que mantiene al deseo en tensión. Es que el aura precisa de la distancia, tanto para permanecer como para condensar el sentido de las formas y destilar el aceite esencial de las experiencias.  
Con su temática profunda y su escritura intensa y trágica, tributaria de Conrad, La eternidad parece decirnos que, en definitiva, bastan unas pocas  imágenes para resumir una larga vida. Sobre la obra del autor, dijo Luis Chitarroni: «La incomparable superficie de su prosa, insinuada por un estilo sin regodeos, oculta honduras imprevisibles en la novela contemporánea. Colombres ha emparejado la honestidad de la letra y la honestidad individual para ser, entre muchos o pocos, una persona y un escritor admirables».

           Juicios críticos

Esta última novela de Colombres es un juego de cajas chinas, en donde la historia es a su vez otras historias que giran en puntos equidistantes para inquietarnos, enloquecernos por momentos, desear llegar a su página final para descubrir no sé qué otro mundo o simplemente sosegar nuestro espíritu y reconciliarnos con la vida. Porque para entrar en esta vorágine, hay que tener preparados los cinco sentidos. (…) La novela es también una historia de pasiones, de personajes tan queribles que me parece conocerlos. Amé la vida de Edmundo, viajé con él por las Islas Marquesas, me puse del lado de Verónica en México, tuve deseos de sacudir a Úrsula por su impavidez, me enamoré un poco de Cristian por su libertad. Todos ellos van y vienen por las páginas con total desprendimiento de las formas. En una palabra, insurrectos, subvierten la quietud, viven. También encontré en esta novela una solidez literaria profunda, un engarzamiento exquisito de los acontecimientos, es decir, lo estético, un lugar poco común y difícil de hallar. (…) Encontré aquí mucha poesía, mucha belleza constructiva, revelaciones que dan cuenta de una madurez lingüística superior a anteriores obras del mismo género. No en vano los personajes abordan el arte casi como un modo de existencia, son pintores y fotógrafos que abandonan la vida rutinaria de la ciudad para entregarse a la sensualidad de las formas de otras realidades insondables. Todo gira en torno a la belleza que cada protagonista descubre, vive, acecha. Incluso la misma eternidad es aquí una panacea sutil en la que todos desean fundirse.

                       Fernanda Agüero, periodista y escritora. 
Leído en el Museo de Bellas Artes de  Salta el 28 de junio de 2016.

En un mundo violento y despojado de sentido por las comodidades capitalistas de la vida, los personajes eligen la intemperie, con el sabor de Conrad y Bowles, para habitar el núcleo sagrado del presente. Hombres que aman demasiado, presos de la belleza y los fulgores oscuros de lo femenino, buscando el paisaje del olvido que los sane; mujeres que emergen del abismo aprendiendo a volar como mariposas, en la intensidad del destino de crear. Hombres y mujeres que ya no pueden calzar máscaras ante el misterio, sin hogar, nómades con su propio desierto a cuestas, encontrando su verdadero rostro. (…) Una novela de intensidades, de contrapuntos, de mares encendidos, de anhelo incesante de paridad andina, de luces y sombras que contrastan en las máscaras de lo humano para develarse trágicamente, cuando “la aventura es otra máscara de la vanidad” en Cristian, o como el mantra calcinante con el que Úrsula encadena a Edmundo: “¿No ves que no soy nadie, que esta cara no es de nadie?”.

                                Verónica Ardanaz, poetaLeído en el Museo de Bellas Artes de Salta 
                                     el 28 de junio de 2016

La eternidad es una saga abierta en tres secciones, en tres pedazos del deseo que se cuajan, que se unen y se separan. Pero hay una totalidad compacta del mundo que describe lo utópico y lo simbólico. Una plenitud de esencia que conmueve. He tratado de acercarme de alguna manera al autor, a su respiración. Colombres es un artista de una gran prosa narrativa. Se desarrolla, diría, enorme en sus acotaciones –me recuerda a Balzac-, intentando la piedra preciosa del hallazgo. Pareciera que nada le es suficiente y narra, narra, empujado por la necesidad nostálgica de buscar un tiempo que ya no existe. (…) Creo que estas condiciones forman una malla, una bruma continuamente rasgada por los rayos luminosos que transmite esta notable, incuestionable y bella novela de Colombres.

                         Julio Salgado, poetaLeído en el Centro Cultural de la                   CooperaciónBuenos Aires,   el 30 de junio de 2016.

En la novela La eternidad hay una mirada muy mágica sobre los acontecimientos, algo así como un vislumbre de  encantamiento. Manejas impecablemente las estructuras, con mucha solidez narrativa y dominio del género. Tu novela tiene esplendor y melancolía. Esa relación entre padre e hijo en dos tiempos finalmente ensamblados, se despliega y se cierra con solvencia narrativa. La agonía final del padre me conmovió sobremanera, ese concluir la vida mediante pequeños rituales me pareció hinduista. Gracias por tu novela.

                                    Irma Verolin, escritora, Buenos Aires, 27 de agosto de 2016.


Opinó Abel Posse sobre el autor: “Su léxico es quizás el más extenso utilizado hasta ahora en las letras argentinas”. Claro que sí. Y es tan eficiente ese léxico a la hora de describir las Islas Marquesas –itinerario y meta irrenunciables- que incluso llega a robar, tal como lo plantea Borges, hablando de un poeta que elucubró un palacio con tal fidelidad que terminó por anularlo. (…) La notable labor del autor como antropólogo contamina virtuosamente la novela. Si alguien deseara rastrear las huellas del etnógrafo, no se decepcionaría.”

                                 Mercedes Chenaut, escritora, La Gaceta Literqaria
          San Miguel de Tucumán, 30 de octubre de 2016.                  


CICLO LO REAL Y LO IMAGINARIO   
      

EL EXILIO DE SCHEREZADE





Texto de contratapa
Yasmine ha nacido en una provincia del Norte, en el seno una familia sirio-libanesa. Al inculcarle las tradiciones de Oriente, su madre, y especialmente su abuela Amira, produjeron en ella tal fascinación, que terminó convertida en una febril Scherezade, dedicada a recrear con sus marionetas las historias de Las mil y una noches, en juegos eróticos potenciados por una minuciosa educación de los sentidos. Su casamiento con Omar, lejos de atenuar estos juegos, los incentiva, en un tiempo que se ha tornado difícil, por los males que depredan el territorio de lo real. Agotado por este delirio, Omar la abandona y se instala en el Sur. Ya a solas con su hija Fátima, de siete años, Yasmine se irá hundiendo en un abismo, incapaz de renunciar a la mitología que la sostiene, intuyendo que fuera de ella no encontrará más que miseria y vacío. La trama se irá cerrando hasta dejarla sin escapatoria, ante una realidad dispuesta a cobrarse la revancha.
Con esta obra el autor rinde homenaje a los aportes culturales de la inmigración sirio-libanesa, tanto en su vertiente ilustrada como en la de los humildes inmigrantes que supieron labrarse aquí un futuro. De modo especial, celebra el esplendor de un imaginario narrativo compilado ya por los persas, y luego adoptado y enriquecido por los árabes, así como de otras artes exquisitas que alcanzaron la cima humana de la sensualidad y el refinamiento, sin dejarse ahogar por las represiones de la religión.
Estamos ante una novela apasionante, que por la universalidad de su tema y la elaborada riqueza de su lenguaje trasciende lo regional. El humor que la atraviesa, siempre teñido con el aura de lo maravilloso, no impide que el drama se vaya espesando en el fondo, como el precio que deben pagar quienes se embriagan con la belleza del mundo.
Juicios críticos
Y así, palabra a palabra, la vislumbre del deseo; deseo que abrasa, que enciende, que arde, como si de alguna manera mágica e inexorable, el lugar de ese deseo no pudiera ser otro que el del dolor a la vez que del gozo, una presencia caprichosa y efímera que señala una evanescencia; un camino de búsqueda y de encuentro siempre desplazado, siempre prometido y a la vez menesteroso, carente, incompleto.
                   Álvaro Zambrano, crítico literario y profesor de letras, en una conferenciadictada en Salta el día 27/10/2009
Adolfo Colombres se hace eco de este llamado de Oriente y de esta idea de infinitud, de obra abierta que puede ser continuada en estas tierras. Las narraciones de Yasmine, la protagonista, en principio aprendida de su abuela Amira, adquieren vuelo propio y bien podrían incorporarse a Las mil y una noches, como fue aconteciendo en el origen. El autor sabe crear metáforas sutiles de los juegos amorosos. Destaca el valor de la sensualidad como una forma de percibir el mundo y de vivir. Exquisitez de los sentidos y capacidad de crear mundos de ficción dan sentido a la vida de Yasmine, a la de otras mujeres en la historia y tal vez a la del propio autor. Es rigurosa la investigación que sustenta esta obra ficcional, con datos verídicos sobre la inmigración árabe, que sellan un pacto de credibilidad con el lector. En el texto hay latidos, pulsaciones, hay ritmo y sonoridad de Oriente, en consonancia con  las pulsaciones de Yasmine, la que al igual que Scherezade ha llevado a los límites su condición de mujer... Si la comparamos con la Scherezade de Las mil y una noches, quien salva su vida gracias a la palabra, y salva al propio sultán porque lo conecta con la vida, esta Scherezade en el exilio de la novela de Colombres, aun  teniendo los mismos recursos de la narración y la sensibilidad, no logra con ello evitar su destino trágico. Su sensualidad, llevada al extremo, la acerca más bien a su propia muerte. Por otra parte, la creación de un mundo imaginario no le alcanza para fijar amarras en la realidad....Adolfo Colombres enuncia verdades aun cuando lo hace desde la ficción, o justamente porque escribe con la libertad que le da la ficción.. Propicia lo que puede llegar a ser un lento aunque fructífero trabajo de convergencia y entendimiento, a pesar de las diferencias entre los distintos grupos humanos.
                          María Blanca Nuri, periodista cultural, en la revista CCC TV por cable, Tucumán, Nº 273, enero de 2010.
Al igual que en Las mil y una noches, en El exilio de Scherezade, de Adolfo Colombres, los relatos surgen el uno del otro, como cajas encerradas en otras cajas, con un lenguaje virtuoso en el que subyace una poesía implícita. Las descripciones sobre Medio Oriente fluyen precisas y convincentes, cruzándose con el Tucumán de la inmigración sirio-libanesa del siglo XX. (...) Detrás de la alegoría de los sueños y la imaginación de los protagonistas hay intensas reflexiones sobre el amor, la pasión, la posesión del cuerpo y del alma del otro, la fidelidad y la libertad de la mujer.  (...) también referencia indudable de esta novela de Colombres que enlaza las historias de amor con el misterio y la reflexión que tal vez cabría extender a las tramas del Nobel turco Orhan Pamuk en Me llamo Rojo o en El libro negro. Hacia el final de la novela los paisajes oníricos se intercalan con un espacio cruelmente real, conocido por todos los argentinos y asumidos por muchos menos. En este plano, como en el anterior del ensueño, la buena literatura que propone Colombres se palpa, se huele, se oye, se degusta, se ve como el conocimiento de los sentidos que la abuela Amira le inculca a Yasmine en un exilio que no concluye.
                         Omar Ramos, en Radar, suplemento cultural del diario Página 12, Buenos Aires, 10/1/2010.

EL CALLEJÓN DEL SILENCIO

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Texto de contratapa
Esta última novela de Colombres continúa el ciclo abierto con El exilio de Scherezade, aunque puede leerse con total independencia de ella. No se trata ya de desplegar el imaginario fabuloso de Oriente con un contrapunto trágico, sino de ahondar en la complejidad del diálogo entre realidad y ficción, presente en la anterior. Más de la mitad de la obra viene a ser un texto literario inserto en la novela, y el resto un viaje por los desiertos interiores de un narrador-personaje (Rodrigo) que busca dar forma y vida a un personaje femenino (Vera, una fotógrafa extravagante) que se alimenta con los caracteres de Fátima y otras mujeres reales de su entorno. Este constante juego de espejos nos permite ver hasta qué punto la ficción acerca más a la cruda verdad de los seres que la llamada realidad, regida por las apariencias de lo fenoménico. La mirada de Vera se balancea sobre los detalles y juega con ellos como la luz, descuidando el conjunto para centrarse en lo nimio, en las fisuras por las que se filtra lo maravilloso. En definitiva, es el ojo el que construye a la realidad y la modifica. Esta mirada de Vera (como la de Fátima, en el plano de lo real) está teñida de amor a lo que se desvanece, y apela a la  fotografía para devolverle la dignidad perdida y hasta teñirlo con la pátina de lo sagrado. El silencio es aquí la poesía que rodea a las cosas, poniéndolas en valor y salvaguardándolas del vaciamiento del lenguaje que hace al clima de fin del milenio en que se mueve la obra.
Estamos ante una novela-río de gran potencia narrativa, cuyo lenguaje oscila entre la amable simpleza de lo cotidiano y los densos campos metafóricos y oníricos donde los seres imaginarios conviven con los reales, no sin tensiones. Como si ambos fueran a la postre fantasmas, aunque unos nunca llegaron a tener un cuerpo y otros se separaran por momentos de él para aventurarse en las penumbras de lo numinoso. Toda esta materia narrativa se expande en una gran diversidad de escenarios, que se presentan como una summa de los territorios literarios ya frecuentados por el autor (el Noroeste argentino y África), así como de otros apenas abordados antes (Buenos Aires y la Patagonia).
Juicios críticos
Maestría de un gran contador de historias, que posee como sello distintivo en su narrativa la profusión de imágenes, entregadas al lector como un ramo variado y caleidoscópico, que envuelve y sostiene hasta el final. El lenguaje rico, suculento en su lujuria, sugiere por momentos el puntillismo se Seurat por lo precioso, preciso y detallado de las descripciones de ambientes, de personajes, de paisajes, y cuando tomamos distancia de lo circundante o periférico, aparecen fragmentados como en una pintura de Miró. Es decir, de la dimensión del lenguaje llegamos a la de la plástica, y de allí arribaremos ciertamente a la música. (...) El Callejón del silencio, además de ser una novela estupendamente escrita, nos muestra –aun sin ser éste su propósito manifiesto- a un autor sensible, gentil. A un creador que explora los recovecos, los túneles de lo humano, para dar una visión, ni romántica ni desesperada, sino estremecida, de la travesía que todos, sin excepción, hacemos.
                      Graciela Zanini, poeta y licenciada en Letras, en La Marea. Revista de Cultura, Arte e Ideas, Nº 36, Buenos Aires, Invierno de 2011
No es fácil describir la estructura propia de este texto, de maravillosa complejidad y las producciones discursivas que allí se superponen. (...) La consecuencia más notoria de la alternación del nombre de Fátima a Vera es una modalidad del “resurgimiento” textual. Lo que estabiliza y reconcilia la diferencia entre las dos versiones del personaje es la unidad de la novela como arte visual. La descripción minuciosa de los espacios-tiempo y de los paisajes prevalece a lo largo el relato: paisajes urbanos y del sur y el norte argentinos se alternan con paisajes exóticos de África. (...) El callejón del silencio es una novela de vanguardia, entendiéndose como vanguardia aquel movimiento que parte de la visible ruptura con el pasado y agrede al convencionalismo en provecho de la autonomía del arte. Si en beneficio de la novedad de la novela se permite usufructuar la categoría cine, se trata de un cine especial, que parte de imágenes fijas y las anima. Este libro de Colombres es un universo ilimitado de imágenes-movimiento, imágenes citadas e imaginadas que no cesan de ensamblarse a lo largo del relato.
                 Sylvia Valdés, teórica del arte. De un texto leído en la Biblioteca Nacional el 20 de mayo de 2011
El proceso narrativo de El callejón del silencio impone un interesante juego literario: la enunciación que enuncia la novela que se está por escribir; un ritmo agotador donde ésta se va escribiendo en la medida que avanza, y donde todo lo demás parece nada en aras de proclamar la escritura. (...) Por estos caminos de hacer la escritura de la novela y enredarse entre la ficción y la realidad, donde parece no haber límites, donde los límites se borran o se le escapan a la escritura, el discurso manifiesta la encrucijada entre literatura y realidad. O sea, por dónde va lo imaginario y por dónde lo que no lo es, lo que se pretende materializar. Acaso el amor, pero el narrador sabe que enamorarse de Fátima, el modelo, y no de Vera, el personaje que va creciendo de su sombra y buscando su autonomía, sería perder distancia y traicionar a la literatura. (...) El discurso ingresa a la sombra de lo metafísico y lo fantástico: el mundo misteriosos de los muertos, las alucinaciones, la magia de vivir con los fantasmas y la desesperación de no poder atraparlos; o la nostalgia de los buenos tiempos compartidos y la imposibilidad de recuperarlos. Allí es donde el arte se muestra capaz de llegar a lo esencial de la experiencia a través de pequeños fragmentos, de los vacíos y las elisiones, o sea, de los silencios, porque a veces hasta la palabra tiene límites, mientras que el silencio es aquello impreciso, indeleble, eterno.
                 Liliana Massara, profesora de Letras. Texto leído en el Museo de laUniversidad Nacional de Tucumán, el 11 de mayo de 2011.
¿Cuál es el límite entre la realidad y la ficción? Es la pregunta que sobresale mientras se lee El callejón del silencio de Adolfo Colombres. Desde las primeras páginas de esta novela asoma el duende de la aventura, que nos conduce por múltiples historias y personajes hacia mundos insospechados, dentro de un  camino de lenguajes, formas y contenidos poéticos, filosóficos, cotidianos. (...) Inmediatamente la novela se resignifica y es inevitable dejarse llevar por los recovecos de El callejón del silencio, sintiendo que se es un personaje más. Es que Adolfo Colombres tiene el cuidado de trabajar los contenidos, como si se tratasen no sólo de realidades de la novela, sino de realidades que abarcan al lector, de tal forma que, como en el caso de la Cofradía que establece un juego para los personajes, el autor pretende introducirnos en su propio juego, sustentado por la memoria y el tiempo, y debatidos éstos –la memoria y el tiempo- entre la ficción y la realidad, tanto en los ambientes novelados como fuera de ellos, en lo que podría asumirse como “realidad real”, aquella lidiada día a día, aquella en la cual existimos como seres concretos, materiales. (...) En este juego fascinante entre la ficción y la realidad volvemos a confirmar que la literatura nos redime y que el arte conlleva el derecho a la sensibilidad, el derecho a soñar e imaginar, cuestiones que parecen no entender quienes detentan los poderes políticos y económicos del mundo, escudados en la realidad despiadada de la explotación de los seres humanos y de la naturaleza. Gracias, Adolfo, por tu hermosa novela.
                       María Eugenia Paz y Miño, escritora ecuatoriana. Leída en la sede central de la  FLACSO, Quito, el 28 de junio de 2011.


 LA VIDA NO BASTA

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Texto de contratapa
Fátima, la protagonista de este extraño relato, es un ave sin nido que huye, esquiva como una sombra. Mientras su cuerpo flota en la bruma y el silencio de los valles del Noroeste, su mente recorre otros paisajes de la memoria o de los sueños. Su vida no parece estar ya en ninguna parte, y tampoco la busca en los caminos. Prefiere verlo todo desde el prisma de sus personajes y sus dobles, para explorar junto con ellos el bosque de lo real. Sabe que quien se empeña en perseverar, evitando todo riesgo, se estanca, y que para trasponer el umbral de lo maravilloso deberá vencer antes sus miedos, dejándose mojar por las lluvias, humedecer por los rocíos. Logra así ir mudando de piel, aunque no saciar la sed, pues para ello la vida no le basta. Sabe también que el mundo está lleno de cólera y acción, y que por mirar a ambas con desdén se ha quedado afuera, fiel a su principio de no forzar los sentimientos. Enredada en sus telarañas, no le resta más que alimentarse con la poesía de las realidades paralelas, recuperando en este empeño las imágenes de África y otras geografías que trajinó. Retoma a la vez su oficio de fotógrafa, con el que se entrega a la fiesta de las más puras percepciones, hasta pisar los límites de la locura. Si hacerse invisible es una cualidad de los buenos fotógrafos, ella lo va consiguiendo, aunque más que el arte en sí la subyuga el poder de las formas, los pálidos reflejos de las cosas que se extinguen. Irá de este modo enterrando con los debidos rituales los cadáveres que arrastra por el mundo, y para salir de su ruina moral, borra a conciencia sus propias señas de identidad, desconectándose de su cuerpo.
            Esta novela de Columbres cierra el ciclo iniciado con El exilio de Scherezade y proseguido por El callejón del silencio. Con una escritura tan poética como intensas, redobla aquí en profundidad la apuesta inicial de confrontar en un deslumbrante juego de espejos lo que llamamos realidad y la ficción, esa enmadejada dialéctica en que vida y literatura se disputan el dominio de la verdad, entendida esta como el aceite esencial de los seres y las experiencias.

Juicios críticos
Con los instrumentos afinados de una pericia narrativa y un develador arbitrio poético se interna en el mundo de los seres, construyendo planos imaginarios en los que tanto puede alzar un palacio oriental en el desierto puneño, como unir los paraísos mortales de la naturaleza con los inmortales del mito, donde el paisaje resulta más poblado y activo en su metafísica que en la realidad. (...) En ese peregrinar entre los planos, donde se suceden, transmutándose, pasiones, sueños, vida y muerte, La vida no basta se expande como una novela y se cierra como un poema, dejándonos dentro de una historia encendida, llena de mundos. Adolfo Colombres,  talentoso y poseído, los ha hecho girar, vivos, visibles e invisibles, como los remolinos que se llevan todo para siempre. Raro poder ese. Dicen que lo mismo hace el Diablo.
                 Leopoldo Castilla, Revista Ñ, Buenos Aires, 16 de marzo de 2013
Hay otra imagen que me ha perseguido a lo largo de la novela: la de capas superpuestas que van acomodándose a medida que transcurre el relato. Es tan vívido, que las palabras permiten ir dibujando a la par, como en la niebla de un río, las hojas sueltas. No las del libro, sino las que nos brinda Colombres, tal vez sin saberlo. Unas hojas transparentes que cargan el amor y el mundo más oculto de Fátima. Lo oculto, lo que no se dice y fluye por las rendijas y por sobre todo el paisaje interior de los personajes.
                           Isabel Aráoz, leído en Tucumán, el 20 de marzo de 2013.
Las imágenes son juegos de espejos, pero no de espejos borgeanos. Son los espejos americanos precolombinos, los espejos cóncavos de piedra negra pulida, que Fátima lleva en su viaje, para adentrarse poéticamente en los refle4jos de las aguas de la vida. Y los espejos nos reflejan también a nosotros, los lectores, que hacemos un viaje de exploración de lo sagrado femenino del mundo, que ha sido mutilado en nuestra cultura. La novela alterna diversas voces, porque también es el viaje de un narrador que se adentra y se desencarna de diversos modos en las múltiples realidades de la novela. Y también, a medida que Fátima va nombrándose en su viaje, se adensa el lenguaje de lo narrado, hasta concentrarse en imágenes poéticas y reunir las huellas dispersas.
                       Verónica Ardanaz, leído en Salta, el 21 de marzo de 2013


ESA LUZ QUE CIEGA




Un viejo navegante solitario que se desliza por las grietas del tiempo, ya sin barco, llega a Punta de los Lobos, un pequeño pueblo marino de la Patagonia, para seguir removiendo sus cenizas. En la Posada del Silencio, donde se hospeda, conoce a Diego., otra alma devastada, al igual que él, por una turba salvaje de imágenes, sensaciones, recuerdos y palabras punzantes. Ambos padecen un dolor que no intentan suprimir, por ser ya lo único que los sostiene en pie. En el caso del navegante, llamado aquí “el Capitán”, es una historia trágica ocurrida en la provincia de Esmeraldas., Ecuador. Diego, por el contrario, es un modesto profesor de filosofía que macera sus recuerdos juveniles de Tucumán y su exilio en México, como buscando alcanzar el fondo de lo real, aquello que lo dejó fuera del mundo para siempre.

En ese pueblo ambos conocen a Maira, una bella muchacha que arrastra la tristeza por la muerte de su madre, el asesinato misterioso de su padre y un amor sin futuro. Maira crece en sabiduría con los relatos de estos dos hombres solitarios, a la vez que los empuja a rememorar su  propia vida, a la que ellos consideran un fracaso. Enigmas sin resolver. Viejos deseos convertidos en mansos recuerdos. El resplandor de las costas tropicales que deviene un tributo a Conrad. Y sobre todo, en la expiación de la culpa que le toca al Capitán por haber llevado a su mujer a la muerte en los tiempos de plomo que vivió el país, y luego a otras tres personas humildes, cuyas muertes de pájaro dejan a su épica sin un sustento ético. Va ahora a esa costa dispuesto a morir, con un revólver al que debe su vida.

El dolor de Diego, en cambio, no acaricia ninguna épica, y ni siquiera descolló en su cátedra universitaria. El deseo fue para él un ave ingobernable, aunque no era de los que luchan por lo que aman, sino de quienes se dejan llevar por los vientos de la vida. Para redimirse de sus tibiezas, precisaba el poder de un gesto fuerte, como levantar los ojos hacia esa luz que ciega hasta decir basta.

Van 28 líneas















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